Sobre
el amor y el desamor.
Por Ferràn Gonzales.
Hace
unas semanas, hurgando en mi Biblioteca, tomé entre mis manos un libro de
Carmen Martín Gaite: “El cuento de nunca acabar”. En uno de sus capítulos, bajo
el nombre de “Amores de derribo”, Martin Gaite reflexiona sobre el amor y sobre
cómo, a veces, de la convivencia en un mismo espacio de “nuestras historias
viejas” con “historias viejas ajenas” puede surgir la ilusión de una historia
nueva.
“…El otro dìa fui a casa de Julia. Su
marido Luis, había fallecido unos meses antes. En el comedor había un pequeño
altar con sus velas encendidas y una foto de Luis rodeada de mariposas. La foto
no era reciente. Tuvo que rescatarla del baúl de los recuerdos y,
probablemente, la razón de este rescate era la necesidad de volver a los
orígenes, para recuperar el recuerdo y para revivir el milagro de aquel amor
que prendió y que el esfuerzo, el sacrificio y el respeto, lo hicieron
perdurable. La habitación de Luis, que hacía tiempo dormía sólo a causa de su
enfermedad, estaba todavía intacta. Vi en ella sus tableros de ajedrez, sus
amadas Enciclopedias, sus libros de astronomía y filosofía, sus papeles y
notas, todo ello bajo la atenta mirada de Albert Einstein cuya foto ocupaba un
espacio central frente a su mesa.
Lo ví todo desposeído de vida. Nada
comparable a los tiempos en que Luís, con su sola presencia, hacía que aquellos
objetos , hoy sin vida, permanecieran atentos a cualquier gesto, a cualquier
mirada, que les hiciera sentir que estaban allí para alimentar el espíritu de
aquel hombre entrañable…”
Martín
Gaite traza una semejanza entre el momento en que una historia de amor se da
por terminada y la sensación que nos invade cuando pasamos una y otra vez por
aquella estancia vacía, silenciosa, de nuestro ser querido ausente.
¿Cómo
se origina el amor? ¿Cómo se produce ese milagro? ¿Cuándo empieza a insinuarse
hasta que fragua definitivamente? Martin Gaite nos habla de nuestra infancia,
de aquella época en que, siendo niños, jugábamos a los cromos y los
intercambiábamos hasta completar nuestro àlbum. Los amantes se intercambian
historias, las mezclan y elaboran entre ambos una memoria compartida.
Nos
acercamos a alguien porque creemos adivinar que es el “interlocutor soñado”
desde tiempos lejanos. Descubrimos en su mirada un deseo insaciable de conocer
todos los detalles de nuestra vida y es, en ese momento, cuando creemos haber
hallado la persona capaz de derrumbar aquella “muralla” hasta entonces
infranqueable, abrimos nuestra caja de los recuerdos y le mostramos las fotos
de nuestra infancia, nuestros papeles viejos, nuestras historias más
divertidas, nuestras “heridas y emociones secretas”. Y entonces le comentamos:
“Esto no se lo había contado nunca a nadie. ¿Cómo es posible que te lo esté
contando a ti?
“…Rotas ya las murallas, aquellos
cajones secretos que habían permanecido hasta entonces sin abrirse, se mezclan.
Nuestros cromos se mezclan con los cromos del otro…”
Pero,
¿qué pasa cuando el amor cesa? ¿Quién se atreve a retirar de aquella estancia
silenciosa, los enseres y papeles viejos de nuestro ser querido? ¿Qué pasa
cuando los cromos ya descoloridos han dejado de contarnos aquellas historias
que en otra época nos contaban? No sabemos que hacer. Por un lado, las viejas
historias, antaño deslumbrantes, se nos aparecen en cualquier momento y lugar.
Por otro, nos hacemos un firme propósito: “Un dia de éstos me meto a ordenar, a
tirar historias atrasadas, cromos viejos”. Pero nos resistimos a dar el paso.
Qué
hacemos con aquellas “historias”, con aquellas “narraciones” que nacieron sólo
para aquel amor ausente? Martin Gaite piensa que no hay que “renegar” ni
“manosear” aquellas historias viejas. Tan sólo hay que recuperarlas desde otro
plano distinto y hemos de contarnos aquella “historia” de otra manera. Algo así
como “el cuento del cuento”. Por ello nos habla Martín Gaite de los “amores de
derribo”, porque las historias pasadas no han de convertirse en basura, en
material de derribo. Aquella historia vieja que nos está comiendo la vida, hay
que verla con otros ojos. Hay que verla “como una flor bordada en un cañamazo
lleno de flores y donde todavía quedan muchas por bordar”. (…Podemos cortar las
flores; pero munca, jamàs, detener las primavera…)
Para
encontrar el hilo del nuevo amor hemos de hallar aquel espacio común en el que
convivan nuestros trastos viejos con los nuevos y, fruto de esa convivencia,
ilusionarnos con una historia nueva. Aquél náufrago nacido del desamor, ha de
querer salvarse. Nadie podrá rescatarlo si él no hilvana con todos los
elementos de su vida una nueva “narración” que le infunda la ilusión y el deseo
de vivir.
No
puedo sustraerme a la belleza del título de la obra de Martín Gaite: “El cuento
de nunca acabar”. Recuerdo cuando mis padres me enredaban en un laberinto de
historias que parecían no tener fin, intercalando la frase, “… y este es el
cuento de nunca acabar”. No imaginábamos en aquel tiempo que el contar
historias, el recuperar historias viejas, reelaborarlas y sabérnoslas contar de
otra manera, podía insuflarnos tanto aliento de vida, cuando el desamor se nos
apodera. Hemos de arriesgarnos, dar pasos adelante, enfrentarnos con lo
imprevisible, aventurarnos en el laberinto de lo desconocido, incorporar nuevas
historias, descubrir nuevos mundos. Sólo de esa forma, nuestro cuento no tendrá
fin y nos devolverá a aquellos momentos mágicos en que, boquiabiertos, nos
sumergíamos en aquella historia interminable.
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